Club de las 08:23h
Share
El Club de las 08:23 entra en la oficina
A las 08:23, Ana deja a su bebé en la guarde y entra en la empresa con el corazón como lavadora en centrifugado. Café en mano, sonrisa de “todo bien”, y por dentro una mezcla rara: ansiedad por separarse y culpa por estar aquí y no allí. Hoy toca reunión con Marcos, su responsable directo (buena gente, pero de los que usan Excel para todo, incluso para respirar).
—¿Tienes un minuto? —pregunta Marcos—. Cuéntame cómo vas.
Ana respira. Nada de auditoría, hay escucha. Suelta lo que duele: “Me siento partida en dos. Estoy en la oficina y pienso en si el peque ha comido; estoy con él y pienso en los pendientes. Voy tarde a todos lados, incluso a mí”.
Marcos, que se ha leído el manual del Club de las 08:23 (versión ejecutiva), activa la secuencia: Calmar → Conectar → Corregir.
—Te entiendo. Es normal sentirte así. No estás fallando; estás volviendo. Nosotros vamos a ponértelo fácil.
Y sin powerpoints ni violines, pone la mesa de soluciones concretas:
- Aterrizaje suave (4 semanas): horario escalonado 9:30–16:30, dos días teletrabajo (martes y jueves), no-reuniones entre 12:30 y 14:30 para llamadas de lactancia/guarde y comida sin Tetris.
- Prioridad clara: lista de “los tres imprescindibles del día” (lo demás, aparcado sin culpa).
- Rituales 10–12 empresa-friendly: comienzo de jornada con 10 min de enfoque (cerrar correo, plan del día) y cierre con 10 min de traspaso (deja apuntado “mañana empiezo por…”).
- Logística humana: sala de lactancia reservada con llave y calendario; si hay imprevisto de guarde, salida flexible.
- Cadencia de cuidado: “one-to-one” semanal de 15 min, sin KPI invasivos, solo para revisar carga, ajustar y quitar piedras.
—Imagina que en un mes te notas con ritmo —dice Marcos—. ¿Qué necesitarías hoy para arrancar mejor?
—Un no-llamar de 9:30 a 11:00 para hacer el informe en paz —responde Ana.
—Hecho. Y gracias por decirlo claro.
A media mañana, la vida real hace de las suyas: la guarde llama. Mini-fiebre. El Excel interno de Ana se derrite. Marcos no parpadea:
—Plan B. Termina el punto crítico, yo cubro la reunión de las 12. Nosotros nos organizamos. Recuerdo que antes de tu baja dejaste el proceso redondo; hoy lo usamos. Y gracias por avisar a tiempo.
Ana sale una hora antes, con permiso y sin sermón. Por la tarde, desde casa, remata el informe en 40 minutos (el no-llamar funcionó). Al día siguiente, 08:23, deja al peque otra vez. La lavadora interna gira más lento.
Una semana después, el “one-to-one” arranca con humor.
—Estado del proyecto: vivo. Estado de Ana: más viva —bromea ella.
—Yo traigo pegatinas del Club de las 08:23 —responde Marcos—: una por cada micro-victoria. Hoy te tocan dos: límite sano en el calendario y pedir ayuda antes de ahogarte.
Cierra el mes. Datos fríos y cálidos: informe entregado, cliente contento, cero horas extra, dos mañanas de guarde resueltas sin drama, tres “gracias por…” en el chat del equipo que sí motivan (conducta + impacto), y un correo de Ana que vale por un bonus: “Me siento acompañada, no evaluada. Sigo siendo madre, y también profesional. Ya no llego tarde a mí.”
Epílogo con guiño: El problema no era Ana; era el silencio alrededor de su ansiedad y culpa. La solución no fue un mural de frases bonitas: fue un responsable directo que usó las seis llaves del Club (Cuéntame, Gracias, Te entiendo, Imagina, Nosotros, Recuerdo) para abrir puertas y bajar revoluciones. Resultado: una madre que vuelve sin romperse, un equipo que rinde sin héroes cansados y una empresa que, a las 08:23, también aprende a respirar.
Corazón fuerte, sin miedo.